Judería de Borja |
El reinado del Pedro el Grande, antes de que se viera obligado a suscribir el Privilegio General de la Unión, constituyó la Edad de Oro del judaísmo aragonés. Y lo fue de tal modo que se produjo un hecho irrepetible: la participación judía en el servicio directo y personalísimo del monarca y su intervención en la magna tarea de regir los destinos del Estado.
El declinar de esta fase expansiva comenzó con la reacción antijudía producida como rechazo a la política exterior de Pedro III, ya que se consideraba a los judíos fieles agentes de la realeza. En 1283 marcó el momento en que los judíos fueron desposeídos de los cargos públicos con poder sobre los cristianos. Todo ello, unido a una política impositiva cada vez más asfixiante sobre unos recursos limitados, obligó a tomar medidas de exoneración parcial de impuestos y a prohibir la emigración del reino.
A lo largo del reinado de Jaime II (1291-1327) se establecieron pautas políticas que permanecieron en vigor en los siglos sucesivos: ropajes con señales distintivas, reglamentación del préstamo usuario e intensificación de las campañas catequizadoras. Sin embargo, algunos sucesos, como la propagación de rumores sobre crímenes rituales empezaron a proyectar sus sombras. Además, buena parte de los judíos expulsados de Francia atravesaron los Pirineos en 1306 y desataron los recelos de una Inquisición que se fortalecía día a día. Por si todo ello fuera poco, los pastorelli (un movimiento de baja extracción social proveniente de Francia) se dedicaron al saqueo y aniquilación de las juderías de Montclús y Jaca en 1320, con el pretexto de liberar la Granada irredenta.
Ante esta situación, Pedro IV desarrolló una política regeneracionista con el fin de restaurar el poder tributario de sus vasallos a cambio de adoptar medidas para estabilizar la lucha interna que se había desatado. De ahí los intentos estériles por crear un alto comisariado para asuntos judíos. En 1354 se celebró un encuentro para crear una especie de confederación. El proyecto fracasó, pero la reunión permitió a los congregados expresar sus quejas.
La Peste Negra propagada en 1348 produjo cuantiosas pérdidas demográficas. Llegó a crear problemas de entidad, como las sucesiones intestadas o la ausencia de dirigentes aptos para las tareas de gobierno, lo que posibilitó la ascensión de las clases inferiores al poder. La turbación desencadenó nuevas violencias, que obligaron a los judíos oscenses y montisonenses a guarecerse dentro de sus murallas.
En la fachada occidental del reino, la Guerra de los dos Pedros castigó las juderías fronterizas de Tarazona, Borja, Calatayud, Albarracín y Teruel. Tan sólo Daroca interpuso sus bastiones al avance castellano. El caserío hebrico turiasonense y bilbilitano fue pasto de las llamas, y sus respectivas sinagogas tuvieron que ser reconstruidas en la década de los setenta.
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