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El papel de esta civilización fue determinante en la formación de la Europa medieval católica. La identidad aragonesa se fraguó desde entonces a través de la emancipación de la tutela navarra y de la superación de sus orígenes montañeses, en confrontación con los musulmanes del sur y a través de la asociación con los vecinos catalanes, primero, y castellanos después.
Cuando Roma inició su conquista de la Península en el 218 antes de Cristo, las tierras aragonesas se encontraban pobladas por gentes culturalmente diversas: ilergetes y sedetanos ibéricos en el Valle del Ebro y el somontano pirenaico; celtas al sur del río (celtíberos), en las Cinco Villas (suesetanos) y en otros puntos de la región; montañeses y también vascones.
Sus lenguas y tradiciones eran distintas aunque la cultura ibérica iba ganando espacio a las restantes en un proceso intensificado por la conquista romana